lunes, 7 de julio de 2025

Relevancia de los archivos en la construcción de la paz

Archivos para la paz: memoria, alteridad y resistencia
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Foto: Fototeca / INAH



Archivo General del Estado de Chihuahua

A pesar de que la humanidad vive uno de sus periodos de mayor paz, como afirma el antropólogo Yuval Noah Harari en su libro Sapiens, la violencia y los conflictos armados no han desaparecido. Harari señala: “La mayoría de la gente no aprecia lo pacífica que es la era en la que vivimos. Ninguno de nosotros estaba vivo hace 1000 años, de modo que olvidamos fácilmente que el mundo solía ser mucho más violento. Y cuanto más raras se hacen las guerras, mucha más atención atraen”. Aunque en los últimos dos siglos se han establecido Estados-nación como formas de organización territorial, las guerras y la violencia persisten. Si bien el número de víctimas ha disminuido respecto a otras épocas, son innegables las masacres y enfrentamientos armados que hemos presenciado en las últimas décadas.

Frente a estos conflictos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha promovido una cultura de paz, basada en la resolución pacífica de disputas mediante el diálogo y la negociación. Esto no significa eliminar los desacuerdos, que son inevitables dada la diversidad de visiones, ideas y culturas que caracterizan a la humanidad, sino abordarlos sin recurrir a la violencia.

En este contexto, cabe preguntarse: ¿cuál es la relevancia de los archivos en la construcción de la paz? Si entendemos los archivos o documentos más allá del papel, como registros que pueden materializarse en objetos como credenciales, monedas, obras de arte, grabaciones o libros, podemos reconocerlos como medios fundamentales en la preservación de la memoria y la identidad colectiva. En regímenes autoritarios y contextos bélicos, los archivos han sido blanco frecuente de ataques, precisamente porque representan visiones del mundo, memorias y culturas que desafían o incomodan al poder.

Durante el régimen nazi, por ejemplo, se quemaron más de 25 mil libros, considerados por ese gobierno como contrarios al “espíritu alemán”. Ya en el siglo XXI, durante la invasión de Estados Unidos a Irak, se produjo una devastadora pérdida del patrimonio cultural de una de las civilizaciones más antiguas: Mesopotamia. Como narra el escritor Fernando Báez en Historia universal de la destrucción de libros, el 12 de abril de 2003 se llevó a cabo el saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad: “Treinta objetos de gran valor desaparecieron, más de catorce mil piezas menores fueron robadas y las salas destruidas. El 14 de abril se quemaron un millón de libros en la Biblioteca Nacional. También ardió el Archivo Nacional, con más de diez millones de registros del período republicano y otomano...”.

Más recientemente, en Estados Unidos, la censura de ciertos libros ha alcanzado cifras alarmantes: según PEN America, más de 10 mil títulos han sido prohibidos en las escuelas y bibliotecas públicas de ese país. Esta realidad recuerda distopías literarias como Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, donde la lectura se convierte en un acto de rebeldía frente a un gobierno que promueve la quema de libros para controlar el pensamiento.

Un sistema en el que los archivos, tanto históricos como de trámite y concentración, son accesibles, refleja una sociedad democrática que opta por el diálogo antes que por la represión. Los archivos abren una puerta hacia la alteridad; preservarlos es una muestra de que se cuida también a quienes piensan diferente, a quienes pertenecen a otra época, cultura o etnia. Son puentes para el diálogo y, por lo tanto, instrumentos clave en la construcción de sociedades más justas y pacíficas.

En cambio, en contextos de guerra o dictadura, se promueve la destrucción de todo aquello que representa “lo otro”, lo diferente, aquello que puede cuestionar el orden impuesto por la fuerza.

Por ello, en conflictos recientes como los de Israel y Palestina, Ucrania, Sudán, Yemen o la República Democrática del Congo, la posibilidad de abrir espacios genuinos de diálogo para la construcción de una cultura de paz dependerá también de la capacidad de proteger y respetar los archivos, las memorias y los registros culturales de cada pueblo. Destruir la memoria es impedir el diálogo; conservarla, en cambio, es sembrar el camino hacia la reconciliación.





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