ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN PERUANA A SUS 150 AÑOS

>>  lunes, 8 de agosto de 2011

Desempolvando el olvidado Archivo General de la Nación
http://www.larepublica.pe/ 08/08/2011/ María Isabel Gonzales
A pesar de que el Archivo General de la Nación cumple 150 años, hay pocas ganas de celebrar. El robo continuo de documentos históricos, una infraestructura precaria y la falta de equipos y de personal capacitado han hecho que parte de este patrimonio se vaya perdiendo  irremediablemente. Cinco meses atrás, cerraron sus puertas con el objetivo de ordenar la casa. Esta semana reabrieron con algunas mejoras, pero su exiguo presupuesto no les ha permitido hacer mucho.
En una mesa del Archivo Colonial descansan 300 años de historia del Perú. Los archiveros revisan expedientes con las firmas de Túpac Amaru y Micaela Bastidas; el testimonio de Manuel de Amat, hijo de La Perricholi, y Mariana Vergara, una mujer que estuvo empecinada en casarse con él; un plano de una hacienda cusqueña dibujado a finales del siglo XVIII; la constancia de libertad de una mujer que fue esclava antes de la Independencia. Este último documento está firmado por el general don José de San Martín. Vea las fotos del archivo
De pronto abren una bóveda y aparece el testimonio escrito más antiguo en América del Sur: el Libro Becerro o Protocolo Notarial Ambulante de los Conquistadores. Al llegar a estas tierras trajeron un notario que iba apuntando las compras y ventas que hacían entre ellos. Sus escrituras van de 1533 a 1548. Todos los mencionados son documentos que forman parte del Archivo General de la Nación.

“Mientras
el Archivo Colonial alcanza unos dos kilómetros de longitud si se pusieran los documentos en fila, el Archivo Republicano alcanzaría cerca de ocho kilómetros. Además tenemos el archivo notarial, judicial e institucional que crece año tras año”, detalla Joseph Dager, jefe del Archivo General de la Nación. Ese dato ilustra el volumen del patrimonio documental que Dager tiene bajo su custodia. Pero, dadas las precarias condiciones del archivo, ese encargo es prácticamente inmanejable. Hay inventarios incompletos, paredes carcomidas por la humedad y hongos comiéndose las hojas de los escritos. También personal insuficiente y procesos judiciales en marcha por el robo de documentación.

Solo un inventario general
En marzo, Dager decidió hacer un alto en este pesado engranaje estatal. Cerró las puertas a los investigadores y se sentó a elaborar una memoria institucional con presupuesto incluido. La conclusión: necesita el doble del presupuesto con el que cuenta actualmente para reflotar el archivo. En la última década, este apenas ha alcanzado los 5 millones de soles. Al descontar los gastos fijos solo le quedan 90 mil soles que debe dividir entre los 12 meses del año para cubrir cualquier imprevisto. De ignorar su pedido, es posible que más temprano de lo que pensamos nuestro pasado colectivo se convierta en polvo.
En el local del Correo Central trabaja Matilde Torres. Ella es la directora del Archivo Colonial y durante los cinco meses de cierre logró junto a su equipo de trabajo el inventario y actualización general de sus fondos documentales. Antes de eso, solo unos cuantos archiveros sabían de la existencia de algunos escritos y de su ubicación exacta. Torres no está saltando en un pie por este avance y para entenderla explica el porqué: “Un inventario de registro como el que hemos hecho consiste en la  identificación temática de un conjunto de tomos. Aún no se sabe qué existe dentro de cada uno. Pueden tener testamentos, denuncias, constancias de pago, etcétera. Se necesita un inventario de detalle para saber el estado de cada página de esos fondos”. Como bien le dice la experiencia, no se puede proteger lo que no se tiene identificado. Esa es su gran debilidad.
Su jefe, Joseph Dager, señala que hay denuncias contra algunos archiveros e historiadores del Archivo General como cómplices de robo. Pero hasta que no se pruebe su culpabilidad no puede despedirlos pues muchos de ellos pertenecen a la planilla de nombrados.

En la sala destinada a los investigadores que visitan el Archivo Colonial hay dos cámaras de video para vigilar el lugar. Si usted intenta encontrar otra en el recinto, acabará cansado. No hay más. Dager y Torres se andan devanando los sesos pensando en cómo lograr mayor vigilancia sobre los documentos. Por eso han designado a tres historiadoras la azarosa tarea de iniciar el inventario de detalle. Cecilia Miranda es una de ellas. A diario se topa con cartas de reyes, testimonios de la Inquisición, protocolos notariales. “Puedo digitar la descripción de unos 20 documentos por día”, dice Miranda. Frente a ella y a sus dos compañeras, esperan los estantes con los dos kilómetros de documentación. Pero este es solo el comienzo porque además de inventariar hace falta restaurar el material dañado, conservar el que está en uso y finalmente digitalizarlo.
Laberinto de papel
Judith Ruiz tiene los ojos cansados. Como directora del Archivo Republicano lleva probablemente la cruz más pesada de la institución. Ella ocupa el primer piso y el sótano del Palacio de Justicia. Allí se respira polvo y humedad. Ruiz tiene apenas seis personas inventariando los ocho kilómetros de extensión de su archivo, razón por la que solo cuenta con una relación temática del 10% de sus contenidos. Y aunque avanza en la ubicación física de algunos documentos, muchas veces estos son cambiados de lugar por los trabajadores echando por la borda el trabajo de casi un año.
Uno de los historiadores del material que conservan es Christian Carrasco. Le han encomendado describir algunos escritos. “Este es el testamento de José Pardo, este de acá de Augusto B. Leguía y el de la esquina es de José Antonio Encinas, a quien Leguía mandó a encerrar en el Frontón en 1923”, cuenta Carrasco. Después nos presenta a César Durán, especialista en archivos.
Enfundado en su bata azul, Durán asegura que en el depósito ya no cabe ni un alfiler. Le alivia que no pase lo mismo que en los años 90, cuando los papeles llegaban hasta el techo. Al menos ahora tienen estantes. Pero las fugas de agua del edificio o la acción corrosiva de la propia tinta de los escritos juegan una carrera contra ellos. Señala con el dedo las incontables filas de cuadernos con pastas rotas y descoloridas. Apiñados unos contra otros. ¿Se podrá rescatar todo esto? ¿A dónde irá a parar toda la documentación que las instituciones siguen dejando? Por lo pronto Dager anda con presupuesto en mano dispuesto a defender ese cúmulo de papeles en el que consta toda nuestra historia.
Rescate de documentos

En el área de conservación trabajan siete personas. Atienden todos los requerimientos que el archivo considera urgentes. El  problema es que casi el 90% de la documentación está en emergencia. En la foto aparece el detalle de la restauración de un documento colonial que había perdido los bordes. Todo debe hacerse con extremo cuidado para no perder más información. Los químicos utilizados dependen del material del documento. Por lo general, los que están mejor conservados suelen ser los papeles de algodón.

Qué se necesita
Más personal. Cuentan con 125 personas que son insuficientes para la administración, la conservación y la restauración de los archivos. Se necesita cubrir unas 40 plazas entre técnicos, bibliotecarios, digitadores y personal especializado.
Materiales e insumos.  Actualmente solo se restaura y conserva documentación si es que hay insumos químicos disponibles. La mayoría del tiempo no hay mucho con qué trabajar.  Se necesita microfilmar y encuadernar.
Mobiliario, equipamiento e infraestructura. Lo primero es un nuevo local para la totalidad del archivo. Extractores y equipos de aire acondicionado. Como mínimo tres escáneres planetarios que minimizan los daños en la documentación.
Seguridad y desarrollo informático. Sistema de vigilancia integral. Un mejor soporte técnico y desarrollo de un sistema informático que les permita manejar la data del archivo de manera eficiente.

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