Para algunos un tesoro musical, para otros tan solo material mediocre descartado en su día y que sirve ahora para hacer caja. Los grandes del rock hurgan en sus archivos y desclasifican grabaciones que pormenorizan su proceso creativo.
Bruce Springsteen abre una vez más su caja fuerte y libera siete álbumes inéditos en el cofre Tracks II: The Lost Albums. La audición es agridulce o descorazonadora, según el espíritu crítico del oyente. En 1998, la primera entrega de Tracks supuso un tesoro de canciones rechazadas que hubiesen merecido estar en sus mejores discos de los setenta.
En esta ocasión la generosa descarga de grabaciones solo logra dibujar a un creador que quiso explorar caminos que no eran los suyos y, salvo en contadas excepciones, se quedó a medias en el intento. Arreglos electrónicos, discutibles incursiones en el country, el pop orquestal o el acervo mexicano, desviándole de la esencia que le convirtió en el artista multitudinario que actúa en estadios ante un público devoto.
No es la única figura anglosajona del ámbito de la música popular que decide compartir material desechado por comercialmente inapropiado o sencillamente mediocre. Curiosamente, alguien tan celoso de su privacidad como
Bob Dylan sería el primero en tomar conciencia de un vastísimo legado que debía salir a la luz.
Las razones son variadas y atienden a lógicas lucrativas, por los varios miles de aficionados que adquieren artefactos antológicos a precios prohibitivos, también por la extensión del copyright que supone publicar grabaciones que de otro modo entrarían en el dominio público. Hay también una explicación tecnológica en la implantación del CD a mitad de los ochenta, formato que ofrecía el doble de duración de un elepé de vinilo, cuyas propiedades y medidas incitaban a confeccionar exhaustivas antologías.
La era de los vinilos
La aparición en tiempos de la contracultura de un histórico 'Great White Wonder' (1969) de Dylan, sentó las bases incluyendo grabaciones domésticas de canciones propias o tradicionales, no tomas en directo registradas en conciertos, como sería la tónica en la industria pirata de los siguientes años.
Tendencia que arrancó con otro incunable oficializado por Dylan, 'Vol. 4 Live 1966: The “Royal Albert Hall” Concert' (1998), documento del cisma entre folk y rock protagonizado por el autor de ‘Blowin’ in the Wind’. El título erróneo del pirata original, tal vez para esquivar responsabilidades legales, cambiaba Mánchester, donde en realidad se grabó, por Londres y su templo victoriano. De ahí el entrecomillado.
Durante los setenta florece una industria subterránea de vinilos ilegales que planchan conciertos y sesiones de estudio de los mitos del rock: The Beatles y The Rolling Stones, Crosby, Stills, Nash & Young y
Pink Floyd, Led Zeppelin y AC/DC, etcétera. Algunos artistas avispados, como Frank Zappa, contraatacan en los ochenta siguiendo la máxima del ladrón-que-roba-a-ladrón y reeditando los piratas de más éxito en sus propios sellos.
Las dos décadas siguientes elevan las cifras de venta, y la calidad auditiva, gracias al más manejable CD, inundando el mercado de golosas grabaciones editadas gracias a un presunto vacío legal. Hoy, en tiendas y plataformas se encuentran conciertos en vinilo con el subtítulo Radio Broadcasts, emisiones radiofónicas de copyright en un dudoso limbo.
En 1985, Dylan vuelve a adelantarse con la edición de 'Biograph' -selección de sus mejores creaciones que añadía una tercera parte de inéditos- a la moda de los boxsets, lujosas cajas que proponían un compendio de la discografía de un artista y añadían rarezas e inéditos.
Ejemplares fueron las dedicadas a Sam Cooke y James Brown,
Elvis Presley y Waylon Jennings, The Who y The Beach Boys, The Band y Booker T. & The MGs, etcétera. En el nuevo milenio, al descender las ventas de formatos físicos, la industria dejó de verlas como un negocio provechoso -al fin y al cabo se compilaban con fondos de catálogo, sin el dispendio de una nueva producción- y fueron relegadas.
¿Es lícito dar a conocer los bocetos y tentativas que dieron como resultado una gran obra musical que tuvo incidencia social y resonancia histórica además de artística? ¿Desvirtúa esa publicación la obra dada por buena en su día o, al contrario, la magnifica al mostrar el proceso que la conformó?
¿Qué pasaba por la mente de Dylan cuando, al publicar 'Infidels' (1983), decidió dejar fuera ‘Blind Willie McTell’, una de sus canciones más queridas en los últimos tiempos? ¿No sería mejor esperar a que el artista ya no esté entre nosotros para desnudar su proceso creativo? O, al contrario, que se publiquen en vida certifica su anuencia con el proyecto.
Otros gigantes culturales del pop,
The Beatles, no han sido tan generosos con sus archivos. Los abrieron por vez primera en 1995 con los tres volúmenes dobles de 'Anthology', donde mostraban material inédito, tomas descartadas y versiones alternativas de sus canciones más populares. Aquellos discos eran parte de una operación mayor que incluía una serie documental emitida por televisión y un libro que daba la palabra a los protagonistas en una historia oral obviamente sesgada por su procedencia oficiosa.
Escuchar una ‘A Day in the Life’ confeccionada con retales distintos a los de la incluida en Sgt. Pepper’s resulta indudablemente atrayente, aunque no supere a la publicada en su día. En primer lugar, porque si el grupo y su productor George Martin la dieron por definitiva, sería por algo.
En segundo, y más importante, porque al escucharla cientos de veces la hemos hecho nuestra, añadiendo recuerdos de las primeras veces, sumando las distintas emociones que a lo largo de los años nos fue proporcionando. Una vez entregada por el compositor, una canción la cincela en su inconsciente el oyente. Es el poder secreto de la música, del arte.
Neil Young es otro que ha fomentado la publicación de sus archivos con casi la misma dedicación que Dylan. Su monumental operación The Archives -cajas de gran tamaño que contienen discos de audio y de vídeo, más material impreso con toda la información de lo incluido- ha sido más pausada de lo anunciado, pero ofrecerá a futuras generaciones una completa panorámica de su vida y obra. Se inició con 'The Archives Vol. 1 1963-1972' (2006) y ha llegado hasta un tercer volumen, aparecido en 2024, que trata el polémico periodo que va de 1976 a 1987.
La historia es una realidad inminente en el ámbito del rock, que en los años sesenta fue dominante industrial y culturalmente, creando una comunidad de jóvenes que tenían en discos y conciertos un punto de encuentro ante el mundo adulto, un lenguaje propio con el que cuestionar el sistema, una red de redes mucho antes de que llegase internet. Que afloren estos archivos musicales ayuda a revisar y comprender el florecimiento cultural que produjo esta música, hoy degenerada en otro comercio virtual más. Es lo que hay.