MEMORIA EN PAPEL QUIZAS CON LOS DÍAS CONTADOS
>> jueves, 17 de marzo de 2011
Internet,
el asesino desmemoriado
SITE: http://www.sincolumna.es
FECHA: 17/03/2011
AUTOR: Victor Vela
Hay un placer extraño en pasar los dedos
tímidos por la superficie arrugada de un papel antiguo. Como la delicadeza
extraña de acariciar la mejilla de tu abuela. Pasas tus yemas por encima de la
piel, del papel, sin apenas posar el dedo, entreteniéndolo en un pequeño
granito, en un surco quizá más profundo, en un lunar de tinta o una pequeña
cordillera formada por el exceso de celulosa.
Paseas la mirada por el papel antiguo como si buscaras el final de un pozo oscuro. Miras esos lomos encuadernados en cuero, esas páginas tan pesadas por el paso de los años, que tienes que pasar con extremada cautela para que la historia no se quede pegada a tus dedos. Legajos con letras que no comprendes, aunque estén escritos en tu idioma. Documentos que cuentan lo que por desgracia no pudieron leer tus analfabetos tataratatarabuelos porque la lectura y la escritura en aquellos siglos era un lujo.
Sin embargo aquí está la historia. Recogida y recopilada en estos papeles.
La semana pasada visité varios archivos históricos. Provinciales, diocesanos, universitarios. Los grandes acontecimientos y las pequeñas rutinas del día a día, de cientos y miles de días se encuentran recogidas en estas páginas. Aquí está resumida la historia de la ciudad más grande pero también de la localidad más pequeño. Hay un volumen que resume los motes de los habitantes de mi pueblo a principios del siglo XX, otro que recopila cómo llegó a la iglesia del pueblo el patrimonio, las esculturas y los retablos, otro que resume cómo se desarrollaron los encierros del siglo XVIII o cuántas cofradías había durante el renacimiento. Todo historia.
Y me contaba el director del archivo que esta memoria empapelada quizá tenga sus días contados. La amenaza cibernética puede acabar con estos registros. Internet mata la memoria. Y me lo explicó.
Durante años, casi todos los pueblos tuvo su particular revista, una publicación parroquial o hecha por los vecinos donde se resumía, quizá tan solo con cuatro folios grapados, la cotidiana actividad de los sitios más pequeños. Ahí estaba la foto del carnaval, la nota de sociedad de una boda, el listado de los bautizos y comuniones, el resumen tosco de la fiesta de los quintos, una entrevistilla a la vecina más vieja, las recetas de cocina de la más apañada. En fin, un pedazo de vida.
Ahora, me explicaba el director de uno de estos archivos, la mayor parte de los pueblos, de los barrios ya no publican este tipo de revistas. Ahora todo el mundo tiene su página web. Llena de actos, de reseñas, de galerías de fotos e incluso de vídeos. La actividad ciudadana a un golpe de clic. “El problema -explicaba el archivero- es que todavía no sabemos cómo gestionar todos esos documentos”. No es lo mismo guardar un papel que custodiar una página web. “La revista, el libro ocupa sitio, pero lo tenemos localizado”. Internet es la nada. Está en ninguna parte. Esa página web del pueblo, del barrio en realidad no existe. Puede que permanezca allí dos, tres, cuatro años. Hasta que su promotor decida que ya está bien de tanto trabajo, que no merece la pena, que hasta aquí ha llegado. Puede ocurrir lo mismo. Pero cuando cierra, la revista permanece. Cuando la página web echa la persiana, muchas veces eso va acompañado de una baja en el servidor. Si no pagas, adiós al espacio que tenías contratado. Y toda esa documentación, esos actos, esas reseñas, esas galerías de fotos e incluso vídeos un día, de la noche a la mañana, desaparecen en el éter cibernético.
¿Y qué pasará dentro de 500 años? ¿Cómo sabrán los tataranietos lo que hicimos hoy si nno hay registro en papel pero tampoco nadie se ocupó de custodiar el cementerio de las webs muertas?
Tengo miedo de que Internet termine matando la memoria.
Paseas la mirada por el papel antiguo como si buscaras el final de un pozo oscuro. Miras esos lomos encuadernados en cuero, esas páginas tan pesadas por el paso de los años, que tienes que pasar con extremada cautela para que la historia no se quede pegada a tus dedos. Legajos con letras que no comprendes, aunque estén escritos en tu idioma. Documentos que cuentan lo que por desgracia no pudieron leer tus analfabetos tataratatarabuelos porque la lectura y la escritura en aquellos siglos era un lujo.
Sin embargo aquí está la historia. Recogida y recopilada en estos papeles.
La semana pasada visité varios archivos históricos. Provinciales, diocesanos, universitarios. Los grandes acontecimientos y las pequeñas rutinas del día a día, de cientos y miles de días se encuentran recogidas en estas páginas. Aquí está resumida la historia de la ciudad más grande pero también de la localidad más pequeño. Hay un volumen que resume los motes de los habitantes de mi pueblo a principios del siglo XX, otro que recopila cómo llegó a la iglesia del pueblo el patrimonio, las esculturas y los retablos, otro que resume cómo se desarrollaron los encierros del siglo XVIII o cuántas cofradías había durante el renacimiento. Todo historia.
Y me contaba el director del archivo que esta memoria empapelada quizá tenga sus días contados. La amenaza cibernética puede acabar con estos registros. Internet mata la memoria. Y me lo explicó.
Durante años, casi todos los pueblos tuvo su particular revista, una publicación parroquial o hecha por los vecinos donde se resumía, quizá tan solo con cuatro folios grapados, la cotidiana actividad de los sitios más pequeños. Ahí estaba la foto del carnaval, la nota de sociedad de una boda, el listado de los bautizos y comuniones, el resumen tosco de la fiesta de los quintos, una entrevistilla a la vecina más vieja, las recetas de cocina de la más apañada. En fin, un pedazo de vida.
Ahora, me explicaba el director de uno de estos archivos, la mayor parte de los pueblos, de los barrios ya no publican este tipo de revistas. Ahora todo el mundo tiene su página web. Llena de actos, de reseñas, de galerías de fotos e incluso de vídeos. La actividad ciudadana a un golpe de clic. “El problema -explicaba el archivero- es que todavía no sabemos cómo gestionar todos esos documentos”. No es lo mismo guardar un papel que custodiar una página web. “La revista, el libro ocupa sitio, pero lo tenemos localizado”. Internet es la nada. Está en ninguna parte. Esa página web del pueblo, del barrio en realidad no existe. Puede que permanezca allí dos, tres, cuatro años. Hasta que su promotor decida que ya está bien de tanto trabajo, que no merece la pena, que hasta aquí ha llegado. Puede ocurrir lo mismo. Pero cuando cierra, la revista permanece. Cuando la página web echa la persiana, muchas veces eso va acompañado de una baja en el servidor. Si no pagas, adiós al espacio que tenías contratado. Y toda esa documentación, esos actos, esas reseñas, esas galerías de fotos e incluso vídeos un día, de la noche a la mañana, desaparecen en el éter cibernético.
¿Y qué pasará dentro de 500 años? ¿Cómo sabrán los tataranietos lo que hicimos hoy si nno hay registro en papel pero tampoco nadie se ocupó de custodiar el cementerio de las webs muertas?
Tengo miedo de que Internet termine matando la memoria.
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