CESA EN SUS SERVICIOS COMO CUSTODIO DEL CÓDICE JOSE MARIA DIAZ
>> lunes, 17 de octubre de 2011
Los
custodios del Códice
http://www.elpais.com/
1710/2011/ SILVIA R.
PONTEVEDRA
Juan Pérez Millán había
pasado los últimos años de su vida encerrado en el archivo. Era su pasión, su
gran amor, pero lo amaba con un sentido de la propiedad peligroso. Según
explica un catedrático de historia de Santiago, al final de sus días, Pérez
Millán acusaba "una enfermedad mental" y, como "pensaba que el
archivo era suyo", se tomó la libertad de subrayar los legajos; de
corregir a tinta los caracteres que aparecían marrados en los manuscritos. Era
una eminencia. Profesor de la universidad, paleógrafo, conferenciante de muchas
cosas, incluso de Tutankamon, y uno de los mayores expertos en la historia del
calendario. Tras su muerte hubo que limpiarlo todo. Hizo correcciones incluso
en las páginas del Códice.
La sucesión en el cargo de
canónigo archivero se produjo entre 1978 y 1979, después de que José María Díaz
ganase la última oposición que se celebró para reponer dos vacantes en el seno
del Cabildo de Santiago. El sacerdote, que había venido de la Diócesis de
Mondoñedo, trabajó, cumplidos ya los 40, en el archivo antes de ser su absoluto
responsable, y entre los canónigos enseguida destacó por su formación y sus
conocimientos de historia. En la catedral se comenta que iba "para obispo",
pero hizo su carrera dentro del cabildo y años más tarde fue elegido
deán-presidente. Solía decir que la mayor desgracia que le podía ocurrir en la
vida era que le pasase algo al Códice
Calixtino. El día que descubrió el robo, tuvieron que llevarlo a Urgencias.
Desde entonces, por prescripción facultativa, no concede entrevistas ni lee la
prensa para no ahondar más en su disgusto.
Desde que faltó la niña de
sus ojos, José María Díaz presentó al arzobispo su renuncia como archivero
sucesivas veces. Julián Barrio tardó más de tres meses en aceptársela. La
semana pasada, con una escueta nota, el Arzobispado hizo público el cese del
mindoniense y agradeció los servicios prestados, "su buen hacer y su generosa
dedicación a lo largo de 36 años en la dignificación y modernización del
archivo", además de la "ayuda ofrecida con acreditada capacidad
intelectual a numerosos investigadores". Ahora, la catedral busca un
difícil relevo para el severo canónigo. Pero el listón está muy alto.
El archivo nació de la
mano del arzobispo Gelmírez, vivió una importante reforma con Berenguel de
Landoira y en el XVI tuvo al fin estatutos. Primero ocupó la torre do Tesouro,
y durante los años en que lo dirigió José María Díaz multiplicó por cuatro su
superficie, abriendo accesos donde no los había y ganándole espacio a estancias
hueras, incluso un cuarto de baño.
"Archiveros ha habido
muchos. Incluso hubo un tiempo en que el cargo se renovaba anualmente, pero los
mejores archiveros, sin duda, fueron Cepedano, López Ferreiro y, sobre todo,
don José", defiende Arturo Iglesias, profesor de la facultad de Historia
que trabajó durante años, hasta hace muy poco, en el archivo de la catedral.
Don José es José María Díaz. Iglesias ha sido uno de los mejores colaboradores
suyos en los últimos años, lo mismo que al principio de todo lo fue la
catedrática Ofelia Rey.
En 1978, el archivo era un
caos. Faltaba espacio, los documentos estaban desordenados, los muebles eran
una ruina. Díaz fue a pedir ayuda a la facultad de historia y con él marcharon
a trabajar a la catedral la jovencísima profesora y Ramón Eira Roel. Durante un
año entero, con la colaboración de alumnos, pusieron las bases de la reforma
integral de las salas. Ofelia Rey se volcó después, cuatro años más, en la sala
del Voto de Santiago, el tema de su tesis, y mientras tanto cumplió "el
sueño de cualquier investigador: tener una de las llaves del archivo".
Desde entonces se instituyó una constante colaboración entre la facultad de
Historia y el que, a juicio de Rey, es "el tercer mejor archivo
catedralicio de España, solo por detrás de los de Toledo y Sevilla".
Poco después, Díaz
consiguió fondos para instalar una cámara acorazada en la que guardar la joya.
El lugar más sagrado de aquella esquina del claustro, donde dormía el Códice
sobre un cojín de terciopelo.
El
actual orden, la revalorización de los archivos de la edad moderna (antes
despreciados frente a los medievales), el diseño de las salas, el proceso de
digitalización y la posibilidad de consultar cualquier persona, desde cualquier
lugar del mundo, los textos a través de internet son algunos de los méritos que
los profesores consultados le atribuyen al último archivero. Cuando la gran
reforma estaba ya en marcha, con Alfredo Conde como conselleiro de Cultura, la
Xunta aportó fondos al proceso.
"Otro
de los méritos de José María Díaz es el de que siempre tuvo una vista
sensacional escogiendo personal", sigue explicando Ofelia Rey, "ha
confiado mucho en la universidad y prácticamente todos sus ayudantes han tenido
título de doctores".
Por
su parte, Díaz, en publicaciones y entrevistas, nunca ha perdido la oportunidad
de ensalzar el trabajo de sus predecesores. También él ha valorado la labor de
José Cepedano y Antonio López Ferreiro. La fama de este último, el canónigo
galleguista, autor de novelas, al que se le dedicó el Día das Letras Galegas en
1978, es sin duda la que más ha trascendido los muros de la catedral. López
Ferreiro fue canónigo entre 1871 y 1910, y por orden del arzobispo Payá llevó a
cabo la primera excavación científica en la basílica.
0 comentarios :
Publicar un comentario