"LA MEMORIA ES FRAGIL POR ESO SE INVENTO LA ESCRITURA". Y LOS ARCHIVOS
>> jueves, 3 de junio de 2010
EN: LAPRENSA.COM.BO
FECHA: 03/06/2010
AUTOR: Ramón Rocha Monroy
De paso por Santa Cruz, tuve el honor de compartir varios cafés con viejos amigos como Mario Rueda Peña, Gastón Requena y Fernando Roca, este último hermano del siempre recordado José Luis Roca, un intelectual beniano de la talla de René Moreno, de Enrique Finot o Vázquez Machicado, que nos dejó hace poco.
La tertulia larga y amena con estos personajes, en especial con Fernando Roca, me maravilló por el pozo sin fondo de la memoria que guardan de entretelones políticos que acabarán en el olvido si ellos mismos no los escriben. Fernando tiene una precisión sobrenatural para recordar fechas, nombres y episodios, para reconstruir por afición genealogías y tejer así una literatura oral fascinante, no sólo por su buen decir, sino porque no hay origen mejor de las letras que la memoria.
A su influjo retorné a Cochabamba pensando que la generación de la posguerra del Chaco tuvo intelectuales, políticos y artistas de una talla inigualable para las próximas generaciones, hombres excepcionales que constituyeron sus recias personalidades en ese duro proceso de construcción de una nación descuidada por sus gobernantes. Eran grandes oradores, contertulios inagotables, expositores brillantes y, en general, hombres de proverbial destreza mental para desconcertar con sus respuestas. Sin embargo, pocos, quizá ninguno de ellos, escribieron sus memorias.
Fernando me contó que un hombre del MNR visitó al Dr. Paz para anunciarle que tenía el encargo de escribir su biografía. Don Víctor le señaló un estante de libros y no dio curso a ninguna entrevista. Salió la biografía y el viejo político se quejó: Esto no es una biografía, es un informe de labores, habría dicho.
Pena por él, pena por Lechín, por Siles Zuazo, por Únzaga de
La memoria es frágil; por eso se inventó la escritura. En tiempos de Sócrates, y aún antes, como quizá en tiempos de Tiwanaku o del Tawantinsuyo, el ejercicio de la memoria era un afán cotidiano que se refugiaba en una robusta tradición oral. Pero hoy pocos ejercitan su memoria; se confían en los medios digitales, como la lista de números del celular, los recordatorios, los mensajes o los archivos de internet almacenados. Nadie se esfuerza por fijar nada en la memoria porque basta orarle a San Google para precisar el tamaño de la pollera en el siglo 18 o la cantidad de hijos que tuvo Belgrano o el apodo de Calatayud, a quien le decían el Zambo porque su madre, al parecer, era mulata.
Si todos procuráramos volcar en el papel, en la grabadora o en las manos de un secretario los secretos de nuestra memoria, seguramente aliviaríamos el estudio de la historia y depuraríamos de mentiras y medias verdades la historiografía vigente. Los historiadores profesionales podrían discernir mejor entre una y otra perspectiva sobre un mismo suceso, porque el punto negativo es que a todos nos aflige el síndrome de Rashomon: que cada uno cuenta lo sucedido según le parece, y, al paso del tiempo, el historiador más pintado suele dar por verdad cosas que vivió alguna vez pero luego transformó en su mala memoria.
Tengo un buen amigo a quien nadie le saca de la cabeza que yo salí bachiller con él del colegio Bolívar; apareció otro que me incluye en la promoción del colegio Sucre, y la verdad es que yo salí de un tercer colegio, a no ser que la memoria también me folle, digo falle.
Hay que frecuentar los cafés para encontrarse con gente que hace una obra de arte de sí mismo y de su memoria, pero agota su elan contando anécdotas que luego se borrarán de toda memoria. ¿Por qué no recuerdan esas frases, esas fechas, esos nombres por escrito?
Dicen que aun el Alzheimer es un proceso que comienza con los recuerdos cotidianos y actuales, pero no borra en principio la memoria larga, la de los sucesos más antiguos. ¿Por qué no aprovechar esta súbita recordación de episodios antiguos para volcarlos al papel?
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