¿EN EL 2043 DESAPARECERÁ EL PERIÓDICO EN FORMATO PAPEL?

>>  miércoles, 5 de mayo de 2010

Juan Luis Cebrián: "En 2043 desparecerán los periódicos escritos porque no habrá lectores que los compren"
EN: PERIODISTADIGITAL.COM
SITE: http://www.periodistadigital.com
FECHA: 05/05/2010
AUTOR: Teresa Palacios

• El consejero delegado de Prisa hace suyas las predicciones de expertos y gurús en la entrega de los XXVII Premios Ortega y Gasset de Periodismo
• "Hace tiempo que el periódico no es el principal sistema de transmisión de las noticias; los de mi generación ya los usábamos para envolver la basura"

En defensa de una libertad frágil es el título de la ponencia con la que Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo Prisa, clausuró los XXVII Premios Ortega y Gasset.

Éstas fueron sus principales reflexiones sobre la situación del Periodismo y de las empresas periodísticas:
Nacida nuestra profesión al albur de las revueltas populares contra la nobleza y el clero que apoyaban el absolutismo, los periodistas tendemos con frecuencia a suponer que somos los representantes de la opinión pública.

Esta es una afirmación cuando menos discutible.

Más que representarla, contribuimos a formar esa opinión.

La irrupción en nuestras vidas de la red de redes (world wide web) ha trastocado prácticamente todos los modelos de relaciones sociales hasta ahora conocidos y, coincidiendo con la actual crisis financiera, los medios se encuentran ante un complejo proceso que les lleva a preguntarse por su supervivencia.

Sufrió la primera crisis a principios de este siglo, cuando el estallido de la burbuja que provocó la quiebra de las puntocom.

Surgió después la web 2.0 constituida por las redes sociales y basada en la comunicación entre personas y comunidades.

Y al tiempo se desarrollaron los portales P2P, que permiten el disfrute en línea de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios que no se sometían, ni se someten, a control ni jerarquía conocidos, intercambiando archivos gratuitos realizados por otras personas que han invertido su tiempo y su dinero.

Se implantó así el principio de gratuidad en el funcionamiento de la Red y se destruyeron los modelos de negocio tradicionales.

La industria musical primero, la de la información ahora, vieron derrumbarse verdades que parecían inmutables y nos hallamos ahora todos, Gobiernos y ciudadanos, inmersos en un debate casi apocalíptico sobre el futuro de los medios.

Hay quien se pregunta si cuando la gratuidad de los contenidos se generalice a escala mundial, se acabará la información contrastada y fiable, el conocimiento no adulterado y las películas y música de calidad.

Naturalmente deseo que los periódicos sigan existiendo, pues ya va para cincuenta años el tiempo en que los llevo fabricando, pero tienen que cambiar su naturaleza, su modelo productivo, su mirada sobre los acontecimientos y sobre sí mismos, si quieren pervivir.

Un diario es un microcosmos en cierta medida cerrado, corresponde a una manera de ver las cosas, una concepción del mundo, que no puede reproducirse en un universo tan convergente, fragmentado y ambiguo como el de Internet.

Los periodistas, sin embargo, nos seguimos acercando a esta como si las antiguas normas siguieran vigentes.

Prácticamente no hay nada del conocimiento humano, incluso del conocimiento supuestamente secreto, de los servicios secretos de inteligencia, que no esté en la Red.

Lo que puede faltar es la capacidad técnica para acceder a ella o la preparación para poder analizarla o comprenderla.

Siempre hemos pensado que la credibilidad y el rigor de los periódicos eran la base, entre otras cosas, no solo de su influencia política sino de su beneficio económico, de su rentabilidad o de su configuración como empresa.

El desarrollo de las noticias en la Red pone de relieve que más cantidad no significa más calidad, ni más credibilidad, ni más rigor, ni más rentabilidad.

Decía antes que muchos parecen haber sido cogidos por sorpresa cuando sus negocios, sus profesiones y en cierta medida, su propia existencia, se ve arrumbada por la ola digital.

El profesor Meller, en su libro Vanishing Newspaper formula una profecía: en el año 2043 dejarán de existir los periódicos escritos.

En realidad lo que dice Meller no es que desaparecerán los diarios sino los lectores, no habrá nadie que los lea y que los compre y, por tanto, las empresas no los publicarán.

Bill Gates, Rupert Murdoch, y muchos otros autoproclamados gurús de la actual situación, han declarado hasta la saciedad que "en el próximo decenio todos los diarios dejarán de existir".

Algunos tratan de consolarse sugiriendo que, dígase lo que se diga, una buena razón para que los periódicos sigan existiendo es que siempre los ha habido.

No puedo imaginar -dicen- tomar el café del desayuno sin leer mi diario, o prescindir de él para educar a mi perro amenazándole con el ruido de sus hojas, y mucho menos ignorar que es un instrumento cómodo, muy flexible capaz de ser utilizado en la cama.

Es verdad que a lo largo de la historia los diarios han recibido los más variados usos.

Miguel de Unamuno los utilizaba para abrigarse, entre el chaleco y la camisa, en las frías mañanas salmantinas, presumiendo así de andar a cuerpo, y las gentes de mi generación nos servíamos de ellos para envolver la basura o proteger de las pisadas los suelos recién fregados.

En cualquier caso hace tiempo que el periódico no es el principal sistema de transmisión de las noticias.

Desde años atrás, tantos como treinta o cuarenta, más del setenta por cierto de la población se entera primero de ellas a través de la televisión y ahora, en los países desarrollados, casi la mitad de los ciudadanos lo hace por Internet. Si tienen menos de treinta años, ese porcentaje sube hasta el 60 o el 65 por ciento.

El papel de los diarios en la formación de la opinión pública mediante análisis, comentarios y debates, que es primordialmente a lo que se dedican, junto al periodismo de investigación, tiene ahora que competir con la eclosión de confidenciales, intercambios en las redes sociales, tweeters, youtubes, y demás familia.

Pero hay valores que no deben hacerlo: la información es un bien público administrado profesionalmente por determinadas personas, los periodistas; pero pertenece a la comunidad, al colectivo de los ciudadanos y a cada individuo en particular.

Los periodistas somos tan solo intermediarios.

Como dice Eugenio Scalfari, gente que cuenta a la gente lo que le pasa a la gente.

Qué pueda significar eso en un mundo en el que la propia idea de mediación desaparece, en el que el narrador es a la vez protagonista y primer oidor de los hechos que narra es algo que todavía, como dicen los castizos, está por ver.

Pero mientras llega ese momento el periodismo tiene que volver a sus fuentes: verificar la información y contar la verdad.
Podemos preguntarnos si sobrevivirán o no los periódicos en un estadio más o menos parecido al actual, cuántos han de hacerlo y de qué manera van a ser financiados.

Pero en realidad la interrogante reside en saber qué tenemos que hacer los periodistas y los editores, las autoridades y las instituciones legislativas, si queremos que sigan existiendo.

Antes de elaborar las respuestas a nuestros problemas es preciso definir bien en qué consisten: hasta qué punto la clase política y el sistema de las democracias se sienten amenazados o no por la eventual desaparición de la prensa impresa como lugar privilegiado para el debate en la gestión del espacio público compartido.

La experiencia enseña que, en no pocas ocasiones, el poder se siente más aliviado que concernido ante las malas noticias que sobre el futuro de la prensa llegan.

Desde hace mucho tiempo la cobertura informativa, las noticias, no es ni todo ni lo más importante de lo que nos han dado los periódicos.

Han ejercido en nombre de la opinión pública una poderosa influencia sobre el Estado, denunciando errores, desvelando corrupciones, agitando y propiciando la diversidad.

Hoy dicha influencia corre peligro.

Todavía ahora, la prensa sigue siendo un fenómeno cultural, social y económico de gran trascendencia en la vida en la colectividad.

Por eso su fin como cuarto estamento, como eso que se denominaba antes el cuarto poder, implica un cambio formidable en el funcionamiento de los sistemas políticos.

Los periódicos han ayudado a controlar las tendencias al desvarío tanto en el gobierno como en los negocios.

Quizás desaparezcan o no los diarios, pero nunca han de hacerlo los periodistas, cualquiera que sea su medio de expresión, si no queremos que la convivencia democrática se vea seriamente dañada.

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