“Archivos y archiveros en la literatura y el cine”
>> domingo, 8 de agosto de 2021
Entrevista a Ramon Alberch: "A menudo, la percepción que se tiene del archivero depende de las expectativas del usuario y de los resultados de su consulta"
https://www.uab.cat/
Las búsquedas en Google, en castellano y en inglés, sobre archivos, archiveros, cine y literatura arrojan un alud de artículos, blogs y referencias a muchos autores, -archiveros y archiveras-, que han indagado en el tema que centra vuestro libro. Uno de los artículos más recientes, de julio del 2018, escrito por Sharon Wolff de la Northwestern State University y publicado en disClosure, a Journal for Social Theory, contiene esta frase: “En el campo de la archivística, hay como una obsesión por saber cómo nos ve el público. Esto surge de una conciencia clara de que el público, generalmente, no sabe que existimos, y si lo sabe, tiene escaso conocimiento de lo que hacemos.”
Visto el título de la primera parte del libro, “¿Cómo nos ven?”, ¿se podría decir que es así? ¿Es esta la motivación principal detrás de la obra? ¿Hay otras?
Es cierto que nos preocupa como profesionales cómo nos ven los ciudadanos; especialmente nos llama la atención el hecho que hay una diferencia abismal entre aquello que hacemos en realidad y aquello que se supone que hacemos. La profesión de Archiveros-Gestores de documentos es apasionante y tiene una complejidad extraordinaria. Trabajamos en temas de memoria, patrimonio, transparencia y acceso a la información, gestión de documentos... muchos de ellos relacionados con las agendas de gobierno más renovadoras. Mientras que el ciudadano lo percibe de otra manera, como un trabajo supuestamente sencillo, acumulando documentos y entregándolos cuando nos los piden. Negligiendo toda la metodología que hay detrás que es muy rica y compleja.
Con el libro hemos intentado hacer una revisión de la literatura y el cine donde aparecen de manera significativa los archivos, sus profesionales y la metodología archivística para entender las claves de esta percepción tan distorsionada. En cierto modo, la motivación es doble; constatar cómo nos ven y a partir de esta constatación poder planificar con más conocimiento de causa qué deberíamos hacer en el ámbito de la comunicación para consolidar una imagen más positiva y más próxima a la realidad.
En “Historias inquietantes: archivos y archiveros en el cine” (2017), discurso de ingreso como académica en la Academia Malagueña de Ciencias de Ester Cruces Blanco, directora del Archivo General de Indias, la autora comenta que “los archiveros son imaginados como seres algo extravagantes quizá por ser los custodios y responsables de documentos y, por lo tanto, de información, de secretos, de dimes y de diretes, aunque éstos tengan en muchos casos un carácter administrativo público (…) la palabra archivero y, por lo tanto, su función, entraña la suposición del trabajo de alguien que pasa su existencia lleno de polvo y amargado, aislado del mundo, sin que nadie le incomode y rodeado de documentos que custodian misterios”.
¿Habéis llegado a la misma conclusión con vuestra obra? ¿Cómo se podría cambiar esta imagen? ¿Son la literatura y el cine las mejores vías para lograr este cambio? ¿O justamente han contribuido a engrosar la “leyenda”?
La imagen que presenta la archivera Ester Cruces se fundamenta en una muestra limitada al mundo del cine. En nuestro caso lo hemos ampliado al mundo de la literatura en un alcance muy amplio y nos hemos encontrado con un poco de todo: a menudo se nos presenta como sabios y eruditos, solitarios, aislados en archivos inmensos -en muchas ocasiones situados en sótanos o buhardillas- pero también como alquimistas o detectives: fusión de saberes, capacidad de investigación, control de la información. Curiosamente, algunos de los libros en los que los archivos y los archiveros son protagonistas indiscutibles -como la obra de Carlos Fuentes “La silla del águila” o la de Luis Mateo “El expediente del náufrago”- es donde aparecen las imágenes más controvertidas de la profesión. Tanto aparecemos en un archivo visto como lugar de castigo, como somos providenciales y mediante el descubrimiento de un documento cambiamos el curso de la historia. Como explicamos en el libro, es obvio que a un escritor o guionista le es más “rentable” desarrollar una trama policial o de ficción con episodios espectaculares (intriga, secreto) en un archivo situado en un sótano polvoriento, habitado por individuos eruditos, si bien extraños, que generar este mismo efecto en un archivo moderno, climatizado, muy organizado y con profesionales preparados al frente. Es evidente que hay que tomar distancia de estas tramas supuestamente archivísticas, entender la finalidad de las obras de ficción y tener un cierto sentido del humor. Seguramente, en la actualidad, sería bastante difícil encontrar archivos tan descabellados y polvorientos en nuestra realidad, dado que predominan los archivos bien agenciados y que ofrecen un buen servicio.
La mismo autora cita una serie de películas para ilustrar estas aseveraciones: “El nombre de la rosa”, basada en la novela de Umberto Eco, “En el nombre del padre”, “Sed de mal”, de Orson Welles, así como largometrajes europeos sobre la historia reciente, como por ejemplo “Goodbye Lenin” y “La vida de los otros”, ambas ambientadas en la Alemania del Este en 80.
¿Qué otros ejemplos repasáis en vuestro libro?
Para confeccionar el cuerpo central del libro hemos seleccionado 20 películas y 75 novelas y obras de ficción en las que los archivos tienen un papel protagonista, además de haber consultado artículos específicos sobre el tema. En el cine hay muchas referencias, pero a menudo son apariciones breves, de forma que nos hemos centrado en el análisis de las películas con contenidos más “archivísticos”. Más allá de las películas más reconocidas -"Fargo", "La vida de los otros", "El ministro y yo", de Cantinflas, "El informe Pelicano", "Erin Brockovich", "El Proceso"-, hay que prestar atención a series como "Star Wars" o "Stargate". En la mayoría de los casos los documentos se localizan casi de manera intuitiva y también sirven para resolver grandes enigmas o contenciosos legales de notable importancia. Contrasta la dejadez de los archivos y, en cambio, la facilidad para encontrar los documentos “salvadores”. Evidentemente, archivos al servicio de un guion.
Muchas de estas películas y series están basadas en libros, pero es habitual que la industria audiovisual, por decirlo de alguna manera, exagere o lleve al límite situaciones y personajes que en los libros originales están descritos de una manera menos fantasiosa. En el blog Archivística y Archivos, el autor Fernando Betancor Pérez analiza la novela de Javier Cercas “Soldados de Salamina”: “la figura del archivero es presentada como un hombre amable, solícito, conocedor de sus funciones y cono ganas de contribuir a que la investigación del usuario llegue a buen fin, imagen muy cercana a la que puede ofrecer la mayoría de los archiveros.”
¿Coincidís con la opinión del autor? ¿Qué otras novelas mencionáis en el libro que presenten una imagen más próxima a la real del archivero, como “Soldados de Salamina”?
Como ya he señalado, y remarca muy bien Fernando Betancor, el trabajo de archivo es menos azaroso y más “normal” del que se presenta en la ficción, si bien hay autores, como es el caso de Javier Cercas, que refleja una imagen muy próxima a la realidad. Otros autores como Matilde Asensi en “El último Catón”, donde la protagonista es una archivera-paleógrafa del Archivo Vaticano, Marta Cooley en “El archivero” o María Dueñas en “Misión olvido” dibujan un profesional amante de hacer bien su trabajo, incluso más allá de lo que se le podría exigir. Pero donde el archivo y el archivero se tornan omnipresentes y con un poder extraordinario es en la novela de Rosa Montero “Lágrimas en la lluvia”; sitúa la acción en 2109 en una sociedad esclava de la tecnología y bajo control permanente. En estos Estados Unidos de la Tierra conviven estados democráticos con dos estados totalitarios situados en las denominadas “Tierras Flotantes”. Una parte de los habitantes de la tierra son “replicantes”, creados para el trabajo y el combate. Todo bajo el control del Archivo Central, proveedor de cualquier tipo de información –naturalmente de cobro- integrado por un ejército de archiveros.
Capítulo aparte en vuestro libro, literalmente, es el que se merece J. Edgar Hoover, fundador del FBI, dentro del apartado “Cuando la realidad supera la ficción”. Una de sus citas es: “Solo somos una organización de compilación de datos. Nosotros no exculpamos nadie. Nosotros no condenamos nadie.”
El archivero como mediador, ser neutral, ¿es una imagen cierta? ¿Qué destacáis de la película de Clint Eastwood sobre él?
Como bien señaláis, en el libro dedicamos un capítulo titulado “Cuando la realidad supera la ficción” en el que presentamos varios casos -J. Edgar Hoover, Wikileaks, los papeles de Panamá- donde los hechos objetivos y reales rebasan con creces aquello que cualquier escritor de ficción hubiera podido imaginar. En todos estos casos, precisamente, se pueden dar situaciones de uso perverso de los documentos por el hecho de que no hay ningún tipo de control archivístico. Hoover, como es sabido, sobrevivió en el cargo de jefe del FBI a varios presidentes, no dudando en amenazarlos con difundir documentos que los podían perjudicar gravemente. En realidad la película sobre él refleja su talante obsesivo y carente de escrúpulos.
En el ámbito profesional, hay un código de ética aprobado en el Congreso Internacional de Archivos celebrado en la ciudad china de Pekín en 1996 que pone especial énfasis en la aplicación de criterios de conducta basados en los principios deontológicos. Si bien hay que defender este principio de neutralidad, también hay que decir que no se puede confundir con equidistancia, y que en el trabajo diario a veces aparecen situaciones que merecen un análisis muy cuidadoso. En el caso de documentos que son útiles para la defensa de los derechos humanos y, especialmente, para garantizar los derechos de las víctimas de abusos gubernamentales, hay una tendencia creciente a considerar que el profesional que tiene conocimiento de la existencia de documentos vitales en una organización, no puede permanecer impasible y que es lícito propiciar su accesibilidad y conocimiento público.
Un tema recurrente y que centra la conclusión de vuestro libro es la dicotomía del archivero como “ángel o demonio”. Muy similar es el título de una película y de la novela de Dan Brown en la que está basada, “Àngels y demonios”, de la que Ester Cruces hace una crítica feroz: "el protagonista, de manera ridícula, accede directamente a los depósitos donde, para mayor incoherencia, están las mesas de los investigadores. (…) Una constante en la filmografía es aquella que se basa en que el protagonista entra en los depósitos de un archivo como Perico por su casa.”
¿Por qué habéis elegido este tema y título para el colofón en vuestro libro? ¿Nada que ver con la novela o el largometraje? ¿Esta dicotomía hace referencia a “cómo nos ven”, a “cómo nos vemos”, o a ambas?
En el libro, obviamente, nos ocupamos de la novela de Dan Brown y coincido con Ester Cruces que la trama que presenta es absolutamente inverosímil y que no se sostiene en ninguna parte por mucha ficción que le pongamos. En cuanto al uso de la expresión "ángeles y demonios" en el colofón del libro, no tiene relación con el mencionado best seller. En nuestro caso con esta expresión hemos querido ejemplificar que, a menudo, la percepción que se tiene del archivero depende de las expectativas del usuario y de los resultados de su consulta. Cuando encuentran el documento deseado con rapidez somos unos ángeles benefactores; pero cuando aquella información no aparece o bien no se puede consultar por razones legales -protección de datos, por ejemplo-, podemos pasar a ser unos perfectos demonios.
Otra cosa es la percepción que tienen de nosotros en la ficción –cómo nos ven- de aquello que verdaderamente somos. Para reforzar esta mirada más equilibrada, en la parte final del libro entrevistamos a nueve figuras internacionales de la archivística para que pongan en valor el trabajo, los retos de la profesión y reflexionen sobre como “cambiar” la imagen profesional.
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