El pasado naval de las Piitusas a través de documentación diversa e inédita
>> viernes, 25 de noviembre de 2016
«Por amor» a la historia naval
http://www.diariodeibiza.es/ 25/11/2016
Margarita Riera Costa presenta hoy en el Club Náutico ´Historia de la Comandancia Militar de Marina de Ibiza y Formentera 1751-2016´, un monumental volumen que repasa el reciente pasado naval de las Piitusas a través de documentación diversa e inédita
Como funcionaria, podría haber asistido sin mover un dedo, con frialdad, al deterioro y destrucción de numerosos documentos de la Comandancia MIlitar de Marina. Pero le pudo el prurito por su tierra: «Lo hice por amor». Por amor a esta isla y a su historia intentó salvar durante 47 años el mayor número de documentos que pudo, una labor anónima y silenciosa que ha tenido otro fruto, el libro ´Historia de la Comandancia Militar de Marina 1751-2016´.
«Lo he hecho por amor». Por amor, los humanos cometen locuras o se dejan arrastrar, inconscientes o no, por caminos sin salida. Pero por amor también llevan a cabo gestas, como la de Margarita Riera Costa, en su caso silenciosa y a la que ha dedicado (en el más absoluto anonimato) muchos años de su vida. Con el tesón de una hormiga, la ibicenca, funcionaria jubilada de la Administración del Estado que, desde el año 1966 y hasta 2013, estuvo destinada en la secretaría de la Comandancia Militar de Marina de Ibiza, dedicó buena parte de su vida a preservar, salvar y ordenar los documentos y archivos de esa institución que estaban en peligro de ser destruidos o de deteriorarse fatalmente, lo que le ocasionó no pocos disgustos.
Pero también fruto de esa paciente, constante y diaria labor anónima, casi heroica, presenta hoy en el Club Náutico de Ibiza un libro que recoge buena parte de la información que rescató sobre el pasado naval de la isla. Se titula ´Historia de la Comandancia Militar de Marina de Ibiza y Formentera 1751-2016´, un volumen de 400 páginas que lleva incorporado un cd que contiene más información. Para los apasionados por la historia y el mar es un libro imprescindible cuyo contenido abre las puertas a numerosas investigaciones.
Su exhaustivo trabajo recoge desde la relación de comandantes militares de Marina desde 1751 hasta la actualidad, a todas las ubicaciones que tuvo la Comandancia, los antecedentes de la bandera de matrícula de la Marina ibicenca, la construcción naval (atarazanas y mestres d´aixa), los gremios, el servicio de prácticos del puerto, todos los jabeques, polacras y embarcaciones bendecidos desde 1783 a 1868, los capellanes que embarcaban en los jabeques-corsarios (1798 a 1868), los antecedentes de la parroquia de San Salvador, el historial de patrones, pilotos y capitanes entre 1860 y 1920, estadísticas de patrones profesionales del siglo XX, de matriculados de Marina por municipios y de marineros que cumplieron el servicio militar, entre otras muchas informaciones y documentos reproducidos. Un trabajo monumental.
«Cuando comencé no lo hice para escribir un libro, sino para que no se perdieran los archivos y documentos. Lo hice por amor», señala Margarita Riera. «A mí me gusta mucho la historia y soy de Ibiza. La gente que viene destinada aquí [a la Comandancia] normalmente es de fuera y cuando empiezan a conocer y a querer la isla, se van a otro destino. Yo lo hice por amor porque lo sentía como propio. Siempre iba trajinando, muchas veces discutía para que no tiraran archivos».
Los libros, al lavadero
Durante años, 47 en total, su obsesión fue salvar el mayor número de documentos posible de la Comandancia, tanto de su destrucción como de su deterioro. Fue un pulso diario entre esta menuda pero corajuda mujer y la inercia de la burocracia. Una vida que parece sacada de un guión de Hollywood.
Cuando en 1966 empezó a trabajar en la Comandancia, el edificio hacía aguas: «Estaba hundiéndose, estaba apuntalado y había goteras cuando llovía. Muchos documentos se deterioraron». Ese mismo año, la sede fue trasladada a la plaza de Enrique Fajarnés: «Solo tenía dos pisos para todo. Y en el segundo vivía el comandante. Al primer piso se trasladaron las oficinas, pero no había espacio suficiente para los archivos. Se acondicionó el lavadero para colocar libros y los documentos más importantes. El resto de los archivos se dejaron en un barracón». Después se mudaron a una nueva sede en Can Sifre, y de allí a unos barracones militares en sa Blanca Dona: «A quienes les encargaron esa tarea parece ser que no la realizaron con la debida diligencia y pulcritud para la conservación de los documentos. Por el camino se destruyeron algunos». Y en aquellos barracones entró el agua, con el consiguiente deterioro de más archivos. Lo extraño es que quede algo.
Pero no fue lo peor: «En las cercanías de esos barracones (y también dentro de alguno de ellos) vivían personas amigas de lo ajeno que hicieron butrones en los tejados para acceder al interior», donde había lotes de comida para el personal de las patrulleras de vigilancia y varios enseres de la Comandancia. «Al llover entró agua por esos agujeros y los documentos archivados pagaron las consecuencias», detalla en su libro.
En 1985 la Comandancia empezó a ser trasladada al actual edificio: «Habría sido el momento de organizar el archivo, al menos dejarlo a salvo de futuros destrozos, pero la desidia de algunos no lo permitió del todo», añade en ese volumen. Por ejemplo, «las cajas de documentos se colocaron en el pasillo entre el garaje y los aposentos de Marinería, apiladas desde el suelo, donde cualquiera tenía acceso». Lo más grave fue que cuando se hacía alguna fogata para quemar los papeles cuya destrucción estaba estipulada, «no faltaron ignorantes que animaron las llamas añadiendo unos cuantos fajos de escritos del cercano archivo». Algunos abrieron las cajas para obtener documentos que luego no volvieron a incorporar a su lugar de procedencia: «En alguna ocasión llovió copiosamente, por lo que el local se inundó varios centímetros. Las cajas de cartón que estaban debajo sufrieron las consecuencias».
Traslado en su propio coche
«Siempre fui salvando todo lo que pude. Incluso con mi coche llegué a trasladar documentos», recuerda. Lo hizo «ante el temor de extravío de la documentación de mayor interés, muchísimos libros de registros de todo tipo y legajos de documentos de secretaría, que era sobre los que podía tener un poco de control». Para preservarlos en lo posible de su deterioro, destrucción o pérdida, los depositó personalmente en la segunda planta de la nueva Comandancia, en un despacho vacío, pero sin ordenar.
Al menos estaban a salvo. Cuatro años más tarde, en 1989, el nuevo comandante permitió que en aquel despacho de la segunda planta «se organizara el archivo»... pero solo duró unos meses: «El segundo comandante quiso instalar allí la oficina de personal. Como no había otros espacios libres, ordenó que los libros y documentos se distribuyeran por despachos de la primera planta y en los bajos, en el pasillo del garaje. El resultado fue el imaginable».
No pararon ahí sus «disgustos». Su celo por la salvaguardia de los documentos le granjeó incluso que la tildaran de persona con mal genio. Pero era lógico que alguien que por amor a su tierra protegía con tanto celo ese legado se cabreara cuando se enteraba por los marineros de que muchos papeles se estaban quemando sin control, algo que pudo constatar personalmente: «Es imposible e innecesario guardar todos los escritos, pero para hacer una expurgación hay que conocer los temas, no solo fijarse en su antigüedad o deterioro». A su juicio, «no todo el personal era tan irresponsable» y la información «casi nunca llegaba a los jefes o se la distorsionaban; los jefes no se enteraban de esa destrucción».
255 cajas en Cartagena
A base de cabreos y de mucho empeño, logró salvar «toda clase de libros de registros, actas y otros documentos de gran valor histórico de mediados del siglo XIX y del siglo XX». Desde el año 2006, impulsó además que todo ese material fuera enviado al recién modernizado Archivo Naval de Cartagena, 255 cajas de documentos clasificados e indexados que ya están a buen recaudo y en condiciones óptimas de conservación: «Allí están bien. He recuperado mucha documentación que de haberse quedado en Ibiza ya no quedaría nada, por falta de espacio y porque la isla es un lugar muy húmedo». Y peligroso para un legajo, tal como se desprende de su testimonio: «Hay cosas maravillosas que de no haber intervenido se habrían extraviado», asegura la ex funcionaria.
«Desde 1995, cuando la Comandancia de Marina empezó a ceder competencias, tuvimos menos trabajo y poco a poco empecé a investigar más en serio», recuerda. En cuanto Margarita Riera tenía algo de tiempo, pedía permiso al comandante para bajar al sótano: «Allí estaba todo estaba amontonado. Intentaba recomponer papeles, ordenarlos. Siempre estaba vigilando y a veces me enfadaba al enterarme de que se habían destruido algunos». Paralelamente, inició un trabajo de investigación que ha culminado con la publicación de un libro imprescindible para historiadores y amantes de la náutica.
http://www.diariodeibiza.es/ 25/11/2016
Como funcionaria, podría haber asistido sin mover un dedo, con frialdad, al deterioro y destrucción de numerosos documentos de la Comandancia MIlitar de Marina. Pero le pudo el prurito por su tierra: «Lo hice por amor». Por amor a esta isla y a su historia intentó salvar durante 47 años el mayor número de documentos que pudo, una labor anónima y silenciosa que ha tenido otro fruto, el libro ´Historia de la Comandancia Militar de Marina 1751-2016´.
«Lo he hecho por amor». Por amor, los humanos cometen locuras o se dejan arrastrar, inconscientes o no, por caminos sin salida. Pero por amor también llevan a cabo gestas, como la de Margarita Riera Costa, en su caso silenciosa y a la que ha dedicado (en el más absoluto anonimato) muchos años de su vida. Con el tesón de una hormiga, la ibicenca, funcionaria jubilada de la Administración del Estado que, desde el año 1966 y hasta 2013, estuvo destinada en la secretaría de la Comandancia Militar de Marina de Ibiza, dedicó buena parte de su vida a preservar, salvar y ordenar los documentos y archivos de esa institución que estaban en peligro de ser destruidos o de deteriorarse fatalmente, lo que le ocasionó no pocos disgustos.
Pero también fruto de esa paciente, constante y diaria labor anónima, casi heroica, presenta hoy en el Club Náutico de Ibiza un libro que recoge buena parte de la información que rescató sobre el pasado naval de la isla. Se titula ´Historia de la Comandancia Militar de Marina de Ibiza y Formentera 1751-2016´, un volumen de 400 páginas que lleva incorporado un cd que contiene más información. Para los apasionados por la historia y el mar es un libro imprescindible cuyo contenido abre las puertas a numerosas investigaciones.
Margarita Riera Costa
«Cuando comencé no lo hice para escribir un libro, sino para que no se perdieran los archivos y documentos. Lo hice por amor», señala Margarita Riera. «A mí me gusta mucho la historia y soy de Ibiza. La gente que viene destinada aquí [a la Comandancia] normalmente es de fuera y cuando empiezan a conocer y a querer la isla, se van a otro destino. Yo lo hice por amor porque lo sentía como propio. Siempre iba trajinando, muchas veces discutía para que no tiraran archivos».
Los libros, al lavadero
Durante años, 47 en total, su obsesión fue salvar el mayor número de documentos posible de la Comandancia, tanto de su destrucción como de su deterioro. Fue un pulso diario entre esta menuda pero corajuda mujer y la inercia de la burocracia. Una vida que parece sacada de un guión de Hollywood.
Cuando en 1966 empezó a trabajar en la Comandancia, el edificio hacía aguas: «Estaba hundiéndose, estaba apuntalado y había goteras cuando llovía. Muchos documentos se deterioraron». Ese mismo año, la sede fue trasladada a la plaza de Enrique Fajarnés: «Solo tenía dos pisos para todo. Y en el segundo vivía el comandante. Al primer piso se trasladaron las oficinas, pero no había espacio suficiente para los archivos. Se acondicionó el lavadero para colocar libros y los documentos más importantes. El resto de los archivos se dejaron en un barracón». Después se mudaron a una nueva sede en Can Sifre, y de allí a unos barracones militares en sa Blanca Dona: «A quienes les encargaron esa tarea parece ser que no la realizaron con la debida diligencia y pulcritud para la conservación de los documentos. Por el camino se destruyeron algunos». Y en aquellos barracones entró el agua, con el consiguiente deterioro de más archivos. Lo extraño es que quede algo.
Pero no fue lo peor: «En las cercanías de esos barracones (y también dentro de alguno de ellos) vivían personas amigas de lo ajeno que hicieron butrones en los tejados para acceder al interior», donde había lotes de comida para el personal de las patrulleras de vigilancia y varios enseres de la Comandancia. «Al llover entró agua por esos agujeros y los documentos archivados pagaron las consecuencias», detalla en su libro.
En 1985 la Comandancia empezó a ser trasladada al actual edificio: «Habría sido el momento de organizar el archivo, al menos dejarlo a salvo de futuros destrozos, pero la desidia de algunos no lo permitió del todo», añade en ese volumen. Por ejemplo, «las cajas de documentos se colocaron en el pasillo entre el garaje y los aposentos de Marinería, apiladas desde el suelo, donde cualquiera tenía acceso». Lo más grave fue que cuando se hacía alguna fogata para quemar los papeles cuya destrucción estaba estipulada, «no faltaron ignorantes que animaron las llamas añadiendo unos cuantos fajos de escritos del cercano archivo». Algunos abrieron las cajas para obtener documentos que luego no volvieron a incorporar a su lugar de procedencia: «En alguna ocasión llovió copiosamente, por lo que el local se inundó varios centímetros. Las cajas de cartón que estaban debajo sufrieron las consecuencias».
Traslado en su propio coche
«Siempre fui salvando todo lo que pude. Incluso con mi coche llegué a trasladar documentos», recuerda. Lo hizo «ante el temor de extravío de la documentación de mayor interés, muchísimos libros de registros de todo tipo y legajos de documentos de secretaría, que era sobre los que podía tener un poco de control». Para preservarlos en lo posible de su deterioro, destrucción o pérdida, los depositó personalmente en la segunda planta de la nueva Comandancia, en un despacho vacío, pero sin ordenar.
Al menos estaban a salvo. Cuatro años más tarde, en 1989, el nuevo comandante permitió que en aquel despacho de la segunda planta «se organizara el archivo»... pero solo duró unos meses: «El segundo comandante quiso instalar allí la oficina de personal. Como no había otros espacios libres, ordenó que los libros y documentos se distribuyeran por despachos de la primera planta y en los bajos, en el pasillo del garaje. El resultado fue el imaginable».
No pararon ahí sus «disgustos». Su celo por la salvaguardia de los documentos le granjeó incluso que la tildaran de persona con mal genio. Pero era lógico que alguien que por amor a su tierra protegía con tanto celo ese legado se cabreara cuando se enteraba por los marineros de que muchos papeles se estaban quemando sin control, algo que pudo constatar personalmente: «Es imposible e innecesario guardar todos los escritos, pero para hacer una expurgación hay que conocer los temas, no solo fijarse en su antigüedad o deterioro». A su juicio, «no todo el personal era tan irresponsable» y la información «casi nunca llegaba a los jefes o se la distorsionaban; los jefes no se enteraban de esa destrucción».
255 cajas en Cartagena
A base de cabreos y de mucho empeño, logró salvar «toda clase de libros de registros, actas y otros documentos de gran valor histórico de mediados del siglo XIX y del siglo XX». Desde el año 2006, impulsó además que todo ese material fuera enviado al recién modernizado Archivo Naval de Cartagena, 255 cajas de documentos clasificados e indexados que ya están a buen recaudo y en condiciones óptimas de conservación: «Allí están bien. He recuperado mucha documentación que de haberse quedado en Ibiza ya no quedaría nada, por falta de espacio y porque la isla es un lugar muy húmedo». Y peligroso para un legajo, tal como se desprende de su testimonio: «Hay cosas maravillosas que de no haber intervenido se habrían extraviado», asegura la ex funcionaria.
«Desde 1995, cuando la Comandancia de Marina empezó a ceder competencias, tuvimos menos trabajo y poco a poco empecé a investigar más en serio», recuerda. En cuanto Margarita Riera tenía algo de tiempo, pedía permiso al comandante para bajar al sótano: «Allí estaba todo estaba amontonado. Intentaba recomponer papeles, ordenarlos. Siempre estaba vigilando y a veces me enfadaba al enterarme de que se habían destruido algunos». Paralelamente, inició un trabajo de investigación que ha culminado con la publicación de un libro imprescindible para historiadores y amantes de la náutica.
Autor: José Miguel L. Romero
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