Uso en política de la frase "no resiste un archivo" para desacreditar
>> lunes, 3 de junio de 2013
La crueldad del archivo
http://www.laarena.com.ar/ 03/06/2013
Se utiliza hoy con frecuencia y para desacreditar la opinión de quien pretende aparecer muy severo con el presente político, la afirmación de que el emisor de ese juicio no resiste un archivo. La referencia es clara y viene a medir la distancia que media entre lo que el emisor de esa crítica decía o escribía ayer, con lo que predica hoy con las ínfulas propias de un abanderado de la verdad.
Por el canal público porteño se muestra a diario un programa que, para muchos, puede resultar algo intolerable por su subido oficialismo y más que declarada simpatía con el partido que en el orden nacional está a cargo de la cosa pública.
Más allá de esas prevenciones que no resulta difícil compartir, el espacio es útil cuando tiene que exponer con precisión los dislates o la inconsecuencia de una oposición que no acierta con la fórmula de un acuerdo para poder enfrentar con alguna posibilidad de éxito a un oficialismo que, por ahora, muestra en ocasión de una consulta electoral la dimensión mayoritaria de un apoyo popular que, según los principios de la democracia, es la fuente más genuina del sistema.
En la semana transcurrida ese segmento televisivo que se repite seis veces por semana, puso de manifiesto que un gran diario porteño que se presenta (o presentaba) como tribuna de doctrina, la simpatía con que esa hoja periodística seguía la gestión de Adolfo Hitler en la dictatorial conducción de la Alemania nazi. Gracias a los recursos que para el caso presta el sistema informático, en la pantalla chica aparecieron páginas completas de lo que ese diario argentino proclamaba hace tres cuartos de siglo. Y no era como podría pensarse por 1932, cuando el nazismo recién asomaba como alternativa del poder político. La palabra laudatoria hacia Hitler y su sistema que propalaba ese diario más que centenario, era emitida en 1938, cuando el dictador y genocida ya había consumado la anexión por la fuerza de Austria y preparaba la invasión a Polonia, anticipo claro de la Segunda Guerra Mundial.
Para entonces y como se sabe, también en tierra de este Adolfo estaba muy adelantado el programa de extinción que los nazis llevaban adelante contra los grupos opositores, socialistas, comunistas, gitanos, homosexuales, judíos, etcétera, a quienes se daba la alternativa de morir por una bala de los bien organizados cuerpos armados represivos, la muerte lenta en una campo de concentración o, como última gracia, someterse a la castración para impedir que esos grupos disidentes dejaran descendencia no muy dócil a la prédica oficial.
Estas revelaciones del programa televisivo, tuvieron su origen en el paralelo que el diario de marras trazó entre la multitud reunida en Plaza de Mayo el sábado 25 y las llevadas a cabo en la Alemania nazi. Para entonces, como se sabe, la sociedad argentina estaba divida en sus simpatías. Primero fue sobre la guerra civil española, con los republicanos por un lado y los fascistas de Franco por otro. Desatada la guerra en septiembre de 1939, se vio parecido enfrentamiento aquí entre aliadófilos y germanófilos. Que fueran numerosos los argentinos simpatizantes de Hitler y los suyos, no diminuye la responsabilidad de quienes aparecieran en la misma trinchera, más aún tratándose de un órgano periodístico cuyo primer deber es ilustrar sobre los hechos de su tiempo.
Peor aún a parece la perversidad cuando el diario establece una relación entre los actos multitudinarios del gobierno nacional y las concentraciones de aquellos funestos tiempos que vivía la población teutona y ya aterrorizaban al mundo consciente. Sólo basta observar cuál era la conducta de uno y otro gobierno frente a la crítica, para medir las siderales distancias que los separan. Cualquier voz de protesta, era acallada por el nazismo con los medios más violentos. En nuestro país, pocas veces sino nunca se había asistido como hoy, a una mayor tolerancia y respeto no sólo a la crítica sino también al mayor agravio como el que puede leerse o escucharse cada día en muchos medios de comunicación.
Autor: MODESTO MORRÁS
http://www.laarena.com.ar/ 03/06/2013
Se utiliza hoy con frecuencia y para desacreditar la opinión de quien pretende aparecer muy severo con el presente político, la afirmación de que el emisor de ese juicio no resiste un archivo. La referencia es clara y viene a medir la distancia que media entre lo que el emisor de esa crítica decía o escribía ayer, con lo que predica hoy con las ínfulas propias de un abanderado de la verdad.
Por el canal público porteño se muestra a diario un programa que, para muchos, puede resultar algo intolerable por su subido oficialismo y más que declarada simpatía con el partido que en el orden nacional está a cargo de la cosa pública.
Más allá de esas prevenciones que no resulta difícil compartir, el espacio es útil cuando tiene que exponer con precisión los dislates o la inconsecuencia de una oposición que no acierta con la fórmula de un acuerdo para poder enfrentar con alguna posibilidad de éxito a un oficialismo que, por ahora, muestra en ocasión de una consulta electoral la dimensión mayoritaria de un apoyo popular que, según los principios de la democracia, es la fuente más genuina del sistema.
En la semana transcurrida ese segmento televisivo que se repite seis veces por semana, puso de manifiesto que un gran diario porteño que se presenta (o presentaba) como tribuna de doctrina, la simpatía con que esa hoja periodística seguía la gestión de Adolfo Hitler en la dictatorial conducción de la Alemania nazi. Gracias a los recursos que para el caso presta el sistema informático, en la pantalla chica aparecieron páginas completas de lo que ese diario argentino proclamaba hace tres cuartos de siglo. Y no era como podría pensarse por 1932, cuando el nazismo recién asomaba como alternativa del poder político. La palabra laudatoria hacia Hitler y su sistema que propalaba ese diario más que centenario, era emitida en 1938, cuando el dictador y genocida ya había consumado la anexión por la fuerza de Austria y preparaba la invasión a Polonia, anticipo claro de la Segunda Guerra Mundial.
Para entonces y como se sabe, también en tierra de este Adolfo estaba muy adelantado el programa de extinción que los nazis llevaban adelante contra los grupos opositores, socialistas, comunistas, gitanos, homosexuales, judíos, etcétera, a quienes se daba la alternativa de morir por una bala de los bien organizados cuerpos armados represivos, la muerte lenta en una campo de concentración o, como última gracia, someterse a la castración para impedir que esos grupos disidentes dejaran descendencia no muy dócil a la prédica oficial.
Estas revelaciones del programa televisivo, tuvieron su origen en el paralelo que el diario de marras trazó entre la multitud reunida en Plaza de Mayo el sábado 25 y las llevadas a cabo en la Alemania nazi. Para entonces, como se sabe, la sociedad argentina estaba divida en sus simpatías. Primero fue sobre la guerra civil española, con los republicanos por un lado y los fascistas de Franco por otro. Desatada la guerra en septiembre de 1939, se vio parecido enfrentamiento aquí entre aliadófilos y germanófilos. Que fueran numerosos los argentinos simpatizantes de Hitler y los suyos, no diminuye la responsabilidad de quienes aparecieran en la misma trinchera, más aún tratándose de un órgano periodístico cuyo primer deber es ilustrar sobre los hechos de su tiempo.
Peor aún a parece la perversidad cuando el diario establece una relación entre los actos multitudinarios del gobierno nacional y las concentraciones de aquellos funestos tiempos que vivía la población teutona y ya aterrorizaban al mundo consciente. Sólo basta observar cuál era la conducta de uno y otro gobierno frente a la crítica, para medir las siderales distancias que los separan. Cualquier voz de protesta, era acallada por el nazismo con los medios más violentos. En nuestro país, pocas veces sino nunca se había asistido como hoy, a una mayor tolerancia y respeto no sólo a la crítica sino también al mayor agravio como el que puede leerse o escucharse cada día en muchos medios de comunicación.
Autor: MODESTO MORRÁS
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