Archivos inéditos de escritores consagrados fallecidos generan ganancias en millones de dólares

>>  lunes, 2 de junio de 2014

Son los archivos, estúpido
http://www.revistaenie.clarin.com/ 02/06/2014

Muchas veces me he preguntado qué vientos agitan los papeles póstumos de algunos escritores consagrados, como para que varios de ellos sigan publicando tantos libros aún después de muertos...






















Muchas veces me he preguntado qué vientos agitan los papeles póstumos de algunos escritores consagrados, como para que varios de ellos sigan publicando tantos libros aún después de muertos. En estos borrascosos días de mayo creo haber encontrado la respuesta en una variante de la frase que James Carville –asesor de la campaña presidencial de Bill Clinton– le escribió a su jefe en un muro. Parafraseándola y mudándola de contexto, podría decir ahora: “Son los archivos, estúpido”.
A mediados de este mes, el catedrático peruano Julio Ortega contó en las páginas de Ñ, y también en la Feria del Libro –en aquella ocasión acompañado por María Kodama–, el hallazgo de varias piezas inéditas de Borges que encontró en los archivos de la Universidad de Texas, en Austin. A los tentadores cofres de esa institución estadounidense, que ya custodia documentos de Julian Barnes, J. M. Coetzee y Doris Lessing, entre otros nombres lustrosos, acaba de ir a parar el voluminoso archivo de Ian McEwan. El célebre escritor inglés lo vendió en 2 millones de dólares, unas monedas menos que los 2,15 millones que la Biblioteca Pública de Nueva York depositó en la cuenta bancaria de Tom Wolfe por la compra, en noviembre del año pasado, de 52 metros lineales de sus archivos.

El 15 de mayo, cuando se cumplieron justo dos años de la muerte de Carlos Fuentes, la Universidad de Princeton –que conserva los archivos del escritor mexicano– abrió dos cajas selladas de su correspondencia con Octavio Paz. Porque las cartas son, también, un material digno de pasar por la imprenta. A los depósitos de la Universidad de Princeton ya han ido a parar, por decisión de los mismos autores o por la necesidad de liquidez de sus herederos, los papeles de Julio Cortázar, Juan José Saer, Alejandra Pizarnik, José Lezama Lima, Leopoldo Marechal y José Donoso, entre muchísimos otros. Allí se conservan además los de Mario Vargas Llosa o Ricardo Piglia, que decidieron vender en vida algunos retazos de su legado. Cuando ellos ya no estén, seguramente abandonarán la lista de espera para convertirse en títulos póstumos.

Salvo contadas excepciones –como los más de mil documentos de los archivos de Manuel Puig, que fueron digitalizados en la Universidad de La Plata, o los de Fogwill, que están siendo organizados y catalogados gracias al apoyo de la Fundación Costantini–, los papeles de los escribidores criollos sucumben ante las tentaciones del exilio. Porque como escribió Borges alguna vez, “uno nunca sabe en qué idioma va a morir”. Tampoco sus papeles.

Autor: Ezequiel Martínez

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